Vélez-Blanco, situado en la Sierra María de Almería, es un pueblo encantador rodeado de un espacio natural protegido donde se pueden avistar águilas reales y buitres leonados. Sus calles cuidadas y edificios históricos dan la bienvenida a los visitantes, pero lo que lo hace inconfundible es el imponente Castillo de los Fajardo, una construcción del siglo XVI que corona el pueblo.
Vélez-Blanco, un pueblo pintoresco enclavado en la Sierra María de Almería, ofrece a los visitantes una experiencia única que combina la belleza natural con un rico patrimonio histórico. Antes de adentrarse en el pueblo, los viajeros son recibidos por un entorno natural protegido, donde la majestuosidad de las águilas reales y los buitres leonados sobrevolando la sierra crea un ambiente impresionante y cautivador.
Una vez dentro del pueblo, se revela un paisaje urbano encantador, donde las calles limpias y cuidadas, los edificios históricos y las casas adornadas con rejas ornamentadas reflejan el orgullo de sus habitantes por su hogar. Esta atención al detalle y el cuidado del entorno demuestran el apego de la comunidad a su patrimonio y su deseo de recibir a los visitantes con hospitalidad y belleza.
Sin embargo, lo que realmente hace que Vélez-Blanco sea inconfundible es su impresionante Castillo de los Fajardo, también conocido como el Castillo de Vélez-Blanco. Construido entre 1506 y 1515 por orden de don Pedro Fajardo y Chacón, el primer marqués de los Vélez, esta fortaleza se erige majestuosamente sobre el pueblo, dominando el paisaje circundante con su imponente presencia.
A pesar de su construcción como una fortificación defensiva sobre una antigua alcazaba musulmana, el Castillo de los Fajardo nunca llegó a ser utilizado con fines militares. La unidad peninsular ya se había logrado y no hubo rebeliones moriscas que amenazaran la seguridad de la región. Aun así, su belleza arquitectónica y su importancia histórica lo convierten en un punto destacado de la visita a Vélez-Blanco, ofreciendo a los visitantes la oportunidad de sumergirse en el pasado mientras disfrutan de las vistas panorámicas del paisaje circundante.